(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 4 de septiembre de 2014.)
Si las
elecciones presidenciales brasileñas fueran hoy día, la nueva presidente de
dicho país sería Marina Silva. Pero como las elecciones son dentro de un mes,
cualquier cosa puede pasar. Sin embargo, cualquiera que sea el resultado definitivo,
es interesante analizar algunas de las
ideas y proposiciones que han estado presentes en esa confrontación electoral y
democrática, pues, de una u otra manera, son parte de las ideas y proposiciones
que recorren al sistema político
latinoamericano.
La candidata
Marina Silva - convertida en el fenómeno electoral de última hora, y representante
en alta medida del espíritu rebelde y contestatario que no encontraba hasta ahora
su lugar en la política brasileña- ha planteado que, de ser electa presidente, mantendrá en Brasil el tipo de cambio
flotante. En otras palabras mantendrá una política cambiaria en la cual la
oferta y demanda de dólares define día a día el precio de dicha divisa en el mercado local. Eso es así en la mayoría de los países
latinoamericanos, incluso en Argentina, donde un dólar a un precio fijo y
oficial coexiste con un dólar a un precio más libre y elevado. Este tipo de estructura cambiaria es
compatible con lo que se denomina en la jerga monetaria “un tipo de cambio
sucio”, en el cual el precio final de la divisa no depende tanto de lo que
hagan o dejen de hacer miles o millones de anónimos demandantes o ofertantes, sino que depende en alta medida
de que lo haga o deje de hacer el Banco Central respectivo. Siendo este organismo
el principal tenedor de divisas en el seno del país, las compras o ventas que éste
realice en el mercado cambiario se
convierten en un elemento determinante de lo que allí sucede. Tampoco hay que
confundir la flexibilidad en el precio de la divisa, con la liberalidad en
cuanto a su acceso. En Venezuela se tuvo durante casi dos décadas un precio fijo de la divisas en 4.3
bolívares por dólar - lo cual significa que era un precio controlado, que no
dependía de los vaivenes de la oferta y la demanda - pero había libertad de
acceso al mercado correspondiente: cualquiera podía, a ese precio, comprar o vender dólares sin mayores
complicaciones ni permisos. Con ese precio controlado para una mercancía abundante
y de libre acceso, Venezuela conoció un periodo largo de crecimiento económico. Con un precio flotante o flexible, y con
libre acceso, Marina Silva pretende sacar a Brasil de la situación crítica en
que se encuentra su economía. Es dable suponer que esa política se traduciría
en una cierta devaluación controlada del real, con el consiguiente estímulo a
las exportaciones.
Otra piedra
angular de sus proposiciones económicas es darle al Banco Central el grado de
autonomía que necesita como para que este organismo desempeñe un rol central en
la lucha contra la inflación. Se habla
de llevar adelante una política monetaria basada en lo que se denomina “una
inflación esperada” en la cual el ejecutivo, junto con el Banco Central definen
la tasa de inflación meta con la cual se funcionará durante un período de tiempo
determinado, por lo general un año, depositando en el Banco Central la autoridad
no solo para monitorear diariamente el grado de avance en lo que respecta a esa
meta, sino para que tome todas las medidas de política monetaria – tasa de interés,
montos de incremento de la liquidez o de la base monetaria, operaciones de mercado
abierto, etc.- para efectos de que la tasa de incremento de los precios se
mantenga dentro de los niveles presupuestados. En otras palabras, se le da al
país, en la campaña presidencial, un mensaje claro en el sentido de que la
lucha contra la inflación hay que tomarla en serio. Se trata de un enemigo
económico suficientemente poderoso que no se puede dejar que levante cabeza,
pues amenazaría todas las posibilidades de crecimiento de la economía brasileña.
El tercer
pilar de la plataforma económica de la candidata Marina Silva es la
responsabilidad fiscal. No se consigue nada con darle autoridad al Banco Central
para que persiga una determinada tasa de inflación, si el Gobierno no se atiene
a gastar una cantidad muy cercana a lo que ha recaudado. Gastar alegremente,
sin tener en cuenta los ingresos con que se cuenta, rinde buenos dividendos
electorales en el corto plazo, pero no es una herramienta que se pueda utilizar
en forma sostenida por ningún gobierno responsable.
En síntesis,
pareciera que la campaña presidencial brasileña no se ha convertido, ni antes
ni después de la emergencia de Marina Silva, en un torneo de populismo y de
demagogia. Cochina envidia es lo que nos da.
sergio-arancibia.blogspot.com
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