martes, 11 de junio de 2013

EL GOBIERNO DE CALLE.

Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 11 de Junio de 2013.


Conocer y eventualmente solucionar los problemas que hay en mi calle -  o en las calles cercanas que conforman mi barrio o mi urbanización – es un trabajo que le corresponde al alcalde de mi municipio y a su equipo de funcionarios y concejales.
Al Gobernador del Estado donde vivo le corresponden otras funciones, que dicen relación con los problemas que de una u otra manera afectan a todos los habitantes del Estado.
Y al Presidente de la República, de acuerdo a mi modesta forma de entender las cosas, le corresponde preocuparse de los grandes problemas que afectan al conjunto de los venezolanos, y que no pueden ser solucionados por los alcaldes y los Gobernadores. Le corresponde, por ejemplo, preocuparse por los problemas de la seguridad y la defensa nacionales, las relaciones internacionales del país, la política monetaria y la lucha contra la inflación,  la asignación de los fondos que llegan a manos del Gobierno por la vía de los impuestos, las grandes obras de infraestructura que son de beneficio nacional, la deuda externa, el poder penetrar mercados externos con las  mercancías nacionales, el mejorar la educación que se imparte en todos los niveles y en todo el país, el mejorar la atención que se presta en los hospitales, el incrementar la producción petrolera, el incentivar la producción agrícola, el reducir la pobreza, etc., etc.
Sería un alto honor para todos los habitantes de mi calle que el Sr. Presidente se ocupara personalmente de los problemas de aseo de la misma, de tapar los huecos, de impedir la presencia de malandros, de hacer que los postes de luz tengan un bombillo que alumbre, que exista un pequeño parque infantil y algunas matitas que embellezcan el sector. Pero si hace aquello en mi calle - y eventualmente en todas las calles, barrios y urbanizaciones del país - es altamente probable que no le quede tiempo para las otras tareas que son propias del Presidente, y que son igualmente vitales para mi vida y la vida de la nación. Si no fueran esas otras cosas tan vitales para el país no habría un funcionario, llamado Presidente de la República, encargado de las mismas.
Esta idea de que el Presidente de la República sea el alcalde de todas las alcaldías del país, y el Gobernador de todas las gobernaciones, y el ministro de todos los ministerios, le funcionó mas o menos bien al Presidente Chávez, pues concentró en sus manos una inmensa cantidad de recursos financieros, como nunca antes los tuvo la República. El asignar esos fondos directamente, dando la idea - real o ficticia -  de que era su generosidad y su grandeza las que hacían que esos fondos fluyeran hacia las comunidades, funcionó mientras los fondos fueron elevados y se podía perdonar cualquier grado de ineficiencia que se generara en su repartición entre los diferentes sectores y regiones del país. Si las cosas salían bien, todas las glorias se las llevaba el Sr. Presidente, pues él estaba personalmente detrás de cada bolivar que se asignaba a cada obra en el país. Si las cosas salían mal, si las obras terminaban costando el doble de lo planificado, o si se perdían los fondos en el camino de la realización, o si las obras nunca se terminaban, habían al menos dos paliativos que aplicar de inmediato: primero, silenciar el hecho, pues para ello se contaba y se cuenta con la más gigantesca maquinaria de propaganda con que ha contado presidencia alguna en la historia de Venezuela. En segundo lugar, se contaba con más plata, para remediar los errores o las ineficacias o las perdidas misteriosas. Pero ahora las cosas son un tanto diferentes. No hay plata para gastar en cuanta cosa salga de la cabeza del Presidente. No hay plata para repartir entre empresas de maletín que luchan por obras, contratos y asignaciones de divisas. No hay plata para tapar la ineficiencia de funcionarios poco aptos para los cargos que desempeñan y/o poco rigurosos con las normas éticas que deben imperar en la administración pública. Y no hay tampoco nadie, en las altas esferas del poder,  que sea capaz de llenar el imaginario colectivo como líder y conductor del país en las condiciones difíciles que se vienen encima.  Así que sería mejor para todos que, desde el Presidente hasta el último concejal del último municipio, cada uno se concentrara lo mejor que pueda en su propio trabajo.

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