(Artículo de Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 26 de Abril 2013.)
Estadísticas recientes reflejan que Colombia recibió, en el transcurso del año 20012, en calidad de inversión extranjera directa, la elevada suma de 15 mil millones de dólares. Esa es una cantidad importante para un país de las dimensiones económicas de Colombia, y lo sería también para cualquier país latinoamericano. Venezuela, por ejemplo, no recibe ni el 20 % de esa cantidad. Pero más allá de las cifras brutas, hay algunas cuestiones de índole cualitativa que son importantes de poner de relieve.
En primer lugar, todo parece indicar que la imagen externa de Colombia ha sufrido un cambio radical en los últimos 10 años. De aparecer ante el mundo como un país tropical, enguerrillado, productor de narcóticos y con una estructura social y política interna parecida a la que fluye de las novelas de García Márquez, ha pasado a ser visto como un país moderno, abierto al mundo, con exportaciones crecientes, diversificado, pacificado en la mayor parte del país y con gobiernos serios desde el punto de vista político y económico. No importa que eso sea verdad o no. Pero la imagen que se proyecta es positiva. Esa imagen hace que la tasa riesgo país sea reducida, que la inversión extranjera fluya hacia el país y que sea posible firmar con éste tratados comerciales internacionales como el que ha firmado recientemente la Unión Europea. Hay manifiestas ventajas económicas de tener una buena imagen internacional.
En segundo lugar, todo parece indicar que la imagen internacional que comentamos no es gratuita. Obedece a razones objetivas y tangibles. La producción crece; las exportaciones agrícolas, manufactureras y minero extractivas aumentan; hay superávit fiscal; hay reducción de la pobreza, y hay victorias políticas y militares sobre la insurgencia guerrillera.
Un aspecto interesante de la inversión extranjera recibida durante el año recién pasado es que Chile aparece en ellas como el principal país de origen, con aproximadamente 3 mil millones de dólares. En segundo lugar parece Panamá, seguido de Inglaterra y Anguilla. Estos tres últimos países de origen no alcanzan cada uno a los mil millones de dólares. Sólo en quinto lugar aparece Estados Unidos. Esta situación pone de relieve algunas características importantes del sistema financiero internacional. Pareciera, en la superficie de los hechos, que hay un importante flujo de capitales – no ya solo de mercancías - que circulan en el ámbito intra latinoamericano. Sin embargo, una parte importante – pero no la totalidad- de esos capitales que figuran como chilenos, como panameños o como anguillanos ( ¿asi se dice?) corresponden en realidad a capitales y a empresarios de cualquier país distinto. Se trata, en muchos casos, de capitales provenientes de países desarrollados que dan origen a empresas constituidas y radicadas en un país latinoamericano, probablemente con socios y personal directivo de ese país de destino, que desde allí saltan a un tercer país - Colombia en este caso – llevando capitales que han sido recabados en el segundo país dentro de esta cadena y/o en el propio país de destino final, con lo cual la empresa o los capitales originarios adquieren control y dominio sobre una cantidad de capitales muy superiores a los que salieron a recorrer el mundo en el primer eslabón de esta cadena. Es altamente probable que el hecho de que exista entre Chile y Colombia un Tratado de Protección de Inversiones se constituya en una variable importante a la hora de decidir sobre este tipo de flujos de capital.
En el caso de Anguilla, que es una pequeña isla caribeña bajo control británico, la situación parece ser distinta. No se trata ya de recoger capitales generados en esa isla, sino de aprovechar las condiciones tributarias imperantes en ese y en otros paraísos fiscales para efectos de disminuir la carga tributaria que esas empresas y esos capitales pagan en sus trayectorias internacionales.
En todo caso, para un país como Colombia, aun conociendo todo lo anterior, el resultado neto de todo este tipo de operaciones es positivo: ganan inversiones, desarrollan sectores productivos, generan empleo, incorporan tecnologías de punta e incrementan sus exportaciones. Para un país como Chile, la situación también tiene resultados netos positivos, pues la cantidad de capitales que entran a su economía es superior a la que sale. Si se prohibieran operaciones como la que comentamos, probablemente no sólo serían menores los capitales que salen de su economía, sino también los que entran. Y, desde luego, todo este tráfico fortalece, en última instancia, a actores o agentes internacionales que actúan con un grado creciente de autonomía con respecto a los gobiernos y las economías nacionales. Se está, en última instancia, frente a una situación de carácter sistémica, que no es estática ni inmodificable, que no es posible rechazar o condenar en bloque, sin considerar sus aspectos positivos, y que es posible ir modificando y puliendo por la vía de decisiones nacionales y de acuerdos internacionales.
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