(Articulo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 8 de Enero del 2013.)
Se ha convertido en un lugar común el decir que la educación es un elemento indispensable para alcanzar el desarrollo. Esa es indudablemente una afirmación verdadera, pero se trata de una verdad a medias. En realidad hay dos complementaciones importantes que hacer en relación a esa afirmación, para que ella alcance plena validez.
La primera complementación necesaria dice relación con el hecho de que la educación no es un elemento suficiente por sí mismo para generar y sostener un proceso de desarrollo económico y social, aun cuando es indudablemente un elemento indispensable como para que ese proceso tenga lugar. La educación, o lo que es un concepto parecido, la inversión en capital humano, es necesaria para que la inversión en capital físico alcance todo su potencial productivo. Capital humano, sin inversión en capital físico – fábricas, infraestructura, maquinarias- da origen a pueblos pobres, aun cuando cultos y bien informados.
Capital físico, pero sin inversión en capital humano, da origen a despilfarro, deterioro o a un mal uso generalizado del capital físico, el cual termina perdiendo prontamente su potencialidad productiva. En otras palabras, se generan ricos de circunstancia que se farrean rápidamente su situación de tal y que vuelven a su situación inicial de pobreza.
El capital físico y el capital humano conforman, por lo tanto, un binomio del cual ninguno de los elementos componentes puede estar ausente, so pena de que el otro también se esterilice como elemento causal de un proceso de desarrollo.
La segunda consideración es que no toda educación contribuye por igual a generar un buen capital humano. La educación que importa es aquella que se ha pasado a identificar con el concepto de “educación de buena calidad”. Este último es un concepto difícil de definir, pero se puede dar una primera aproximación al mismo diciendo que la buena educación es aquella que da origen a un capital humano capaz de conjugarse en buena armonía con el capital físico que la sociedad necesita para sus procesos de modernización y crecimiento. Una educación, por ejemplo, que ponga énfasis en la ideologización de los alumnos, pero que no les proporcione un alto nivel de dominio de la ciencia y de la técnica contemporánea – en particular de la micro electrónica y de la computación - podrá generar un buen contingente de activistas sociales o políticos, pero no generará ingenieros capaces de entenderse con la maquinaria electrónica que domina los procesos productivos del mundo de hoy. Y un ingeniero así formado, aun cuando tenga diplomas firmados y sellados por las más altas autoridades nacionales, seguirá siendo un capital humano que no será la contraparte adecuada para el capital nacional o extranjero que busque invertirse en el país. El binomio quedará sin uno de sus elementos componentes e inhibirá completamente la acción eventualmente positiva del otro.
La situación sería bastante parecida si una educación de excelente calidad, generadora de un capital humano entendido en los más altos niveles de la ciencia y de la técnica contemporánea, se encontrara con un capital físico de hace cien años atrás, absolutamente obsoleto y depreciado. La ecuación tampoco funcionaría.
El análisis precedente nos lleva a un problema mucho más delicado: la existencia de universidades de buena y de mala calidad. Las de buena calidad son, indudablemente, aquellas que colocan a los alumnos en condiciones de entenderse o de manipular la tecnología de punta existente en el mundo actual, que es la que se espera esté presente en las nuevas inversiones productivas que se realicen en el país. No es ese desde luego el único componente de la formación de los alumnos. Las universidades trasmiten además, una visión de la sociedad y de sus valores (democráticos) aun cuando ello no esté formalmente presente en sus pensum de estudios. Podríamos en este sentido hablar de un cierto capital social que se recibe en el ámbito universitario. Pero si sólo se quedaran en todo esto último, sin la debida formación técnico-científica de calidad, su formación sería incompleta y su integración al mercado seria dificultosa. Esa educación, que no califique como educación de buena calidad, se convierte en un engaño para el estudiante y para el país.
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