viernes, 30 de noviembre de 2012

¿ES BUENO NEGOCIAR CON EL ADVERSARIO?


(Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOs el día 30 de Noviembre 2012.)


Se ha repetido hasta el cansancio pero todavía hay algunos que no lo saben: sólo se negocia con el enemigo o con los adversarios.  Con los amigos - o con los que piensan igual que uno - no se  negocia, sino que meramente se conversa para ver como se unen esfuerzos para lograr los objetivos comunes. Pero con los adversarios hay que negociar, para obtener alguna meta u objetivo parcial. Y como es muy difícil suponer que el  adversario haga concesiones por el puro gusto de hacerlas, sin recibir nada a cambio, el mero hecho de sentarse a negociar implica estar dispuesto a hacer concesiones para obtener aquellas circunstancias u objetivos parciales que se desean.
Hay quienes piensan que con el adversario sólo es posible reunirse para exigirle, en la forma más categórica posible, que actúe de acuerdo a nuestros deseos - o para tratar de convencerlo de la justeza de nuestras posiciones - pero dejando en claro desde el inicio que no se está en condiciones ni en disposición de hacer, a cambio, ninguna concesión, en ningún frente. Esa no es una forma distinta de negociar. Es una forma distinta de decir que no se quiere negociación alguna.
No toda negociación es intrínsecamente mala, por el mero hecho de realizarse con el enemigo o con el adversario. La justeza de la negociación depende de lo que  en concreto se consigue con ella, así como de los costos o de las concesiones que se tengan que realizar para ello. En términos muy simples, si los costos son menores a las metas u objetivos  conseguidos, la negociación ha sido un éxito.
Todo esto - que es casi obvio o elemental-viene al caso por las voces, un tanto sordas o subterráneas, que se levantan contra el dialogo – y posiblemente negociación- que está en curso con el Gobierno del Presidente Chávez en relación a la liberación de los presos políticos y el regreso de los exiliados. El que estas líneas escribe tiene un ejemplo muy cercano que mencionar en relación a estos temas. Hasta el año 1987 habían miles de chilenos que habían sido expulsados de su país – sin juicio alguno - o que se habían visto obligados a salir al exterior, por diferentes vías, como única forma de conservar la vida y/o la libertad. Yo era uno de ellos. El Papa Juan Pablo II visitó Chile en dicho año, en plena dictadura de Pinochet. Como resultado de esa visita, el dictador – que ha quedado en la historia como uno de las máximos exponentes de la violación de los derechos humanos en el siglo XX – se comprometió a permitir el regreso de los exiliados, y efectivamente, pocos meses después de la vista papal, se comenzaron a publicar listado con los chilenos autorizados a volver a su país. ¿Consiguió el Papa esa concesión de gratis? ¿Fue el precio que tuvo que pagar Pinochet para recibir la visita papal? ¿Qué tuvo que prometer la Iglesia a cambio de esa grieta en la férrea disciplina represiva del régimen? No lo sabemos, ni me interesa mayormente saberlo. Lo cierto es que la presencia del Papa en territorio chileno fue saludada y aprovechada por todo el pueblo como una circunstancia que permitió decirle al mundo la verdad sobre lo que sucedía en ese país - aun cuando fuera en forma circunstancial - y permitió que cientos y miles de chilenos pudieran entrar nuevamente a su país e integrase a las luchas políticas que allí se llevaban adelante, y que culminaron con el triunfo anti dictatorial en el plebiscito de 1988. Si hubo negociación, fue una negociación sensata y exitosa.  
En democracia, las negociaciones políticas son el pan de cada día. Las diferentes fuerzas políticas, sociales y económicas de un país, luchan, argumentan, presionan, dialogan y negocian, cediendo cada uno en algunas cosas, para alcanzar otras. Eso es lo normal. La negociación es intrínseca a la democracia. Pero en los tiempos actuales - cuando hemos vivido trece años sin que el Gobierno dialogue con nadie - eso se ha perdido de vista y vemos como algo extraño, peligroso e incluso pecaminoso el que de repente surja y se aproveche alguna oportunidad de dialogo y de negociación. Pero hay que propiciar -  y hay que acostumbrarse - a que esas prácticas vayan haciéndose presentes con mayor frecuencia en la vida nacional. Para eso luchamos. Eso es lo que queremos. Para allá vamos.    
   
    

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