(Artículo de Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 25
de mayo 2012.)
Las medidas económicas que ha tomado recientemente Brasil –
control sobre los capitales externos que llegan al país, rebaja de impuestos,
menores tasas de interés- le han
permitido una ligera devaluación de su moneda, la cual ha alcanzado el nivel –
de alto valor sicológico- de dos reales
por dólar, lo cual ha traído más tranquilidad a sus exportadores y a sus
industriales manufactureros internos.
Devaluar la moneda de un país no genera mayor productividad,
pero sí genera mayor competitividad internacional. Productividad y competitividad
son dos conceptos cuyas diferencias y relaciones son importantes de clarificar.
La productividad es un concepto económico que tiene que ver
con la cantidad de producción que se puede generar como consecuencia del uso de
un determinado factor productivo. Así, por ejemplo, se habla de mayor productividad
de la tierra, en la medida que una misma extensión de terreno- una hectárea, un
valle, toda la superficie agrícola del país- arroje una mayor cantidad de
producción. O de mayor productividad del factor trabajo, en la medida que la
producción por hombre empleado – en una empresa, en una industria, o en toda la
economía nacional- sea mayor. La
variación en la productividad – de un país, por ejemplo- puede visualizarse
comparando la situación en un momento determinado, con la situación de ese país
en un período anterior.
La competitividad es un concepto distinto, aun cuando
relacionado. La competitividad tiene que ver con la comparación que se hace
entre dos o más países respecto a la calidad y al precio de las mercancías que cada
uno oferta en el mercado internacional. Un país puede ser más productivo,
comparado consigo mismo, es decir, con su pasado reciente, pero un país nunca
puede ser más competitivo comparado consigo mismo. La competitividad exige una
comparación con otro país, en un mismo momento del tiempo.
Es evidente que si un país aumenta su productividad es
altamente probable que logre con ello una mejor competitividad internacional,
pues sus mercancías se presentarán en el mercado internacional con mayor
calidad o con menores precios. Y esa
mayor productividad puede lograse por la vía de una mayor densidad de capital
por hombre empleado en las actividades productivas, por la vía de una mayor densidad
de conocimientos científicos y técnicos hombre empleado, por la vía de una
mejor administración de los procesos productivos, por la vía de más y mejor infraestructura
física, por la vía de mejores servicios gubernamentales, por la vía de una
mejor salud media de la población, etc.
Pero la competitividad también se puede ganar o perder por
la vía de las variaciones en los tipos de cambio entre las monedas de los
diferentes países. Si un país devalúa su moneda nacional, aun cuando no haya
modificación alguna en la productividad interna de los factores productivos,
ese país gana en competitividad internacional, pues sus mercancías podrán ofertarse
en los mercados externos a un precio menor que antes de la devaluación. Por el
contrario, si la moneda nacional se revalúa, las mercancías exportables tendrán
que venderse en el mercado internacional a un precio superior – para que las
divisas obtenidas por concepto de la venta, una vez convertidas en moneda
nacional, logren cubrir los costos
internos- o tendrán que disminuirse las ganancias, o tendrá que exhibirse una
mayor productividad que compense la pérdida de competitividad y/o de ganancias que
acompaña a la revaluación.
En los tiempos que corren - de alta volatilidad y movilidad
internacional de los flujos financieros- las tasas de cambio entre las monedas
están propensas a sufrir alteraciones imprevistas - en la medida en que su
relación de cambio quede sujeta a las condiciones de oferta y demanda presentes
en los mercados monetarios- lo cual
genera muchas veces modificaciones
injustas en la condiciones de competitividad, perdiéndose incluso las ganancias
legitimas que se puedan estar obteniendo por concepto de incremento de
productividad. Sin embargo, tampoco parece posible, en el corto plazo, contar
con un sistema de tasas de cambio fijas
entre las diferentes monedas. La norma vigente en el sistema monetario internacional es la flotación entre
las principales monedas de reserva del mundo, con lo cual terminan flotando
también las monedas locales que se amarran a una u otra de las anteriores. La
actuación de los bancos centrales, comprando o vendiendo divisas – la llamada
flotación sucia- o los estímulos
fiscales a las exportaciones, como vienen haciendo Brasil, parecen ser una
solución por lo menos circunstancial, que contrarresta las tendencias a la revaluación provenientes del acrecentado
flujo de capitales que van hoy en día desde los países desarrollados hacia los más
estables y confiables entre los países emergentes.
Sergio Arancibia