(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MUNDO ECONOMIA Y
NEGOCIOS el día 2 de febrero de 2018)
Es ya un
hecho suficientemente conocido el que en Venezuela la producción, medida por el
PIB, ha decrecido en forma sostenida durante 4 años consecutivos, lo cual
arroja la increíble realidad de que en el año 2017 el PIB fue aproximadamente
un 40 % más bajo que en el año 2013.
¿Qué ha
pasado con las fábricas y demás instalaciones que hacían posible esos mayores
niveles de producción de antaño? ¿Están las fábricas cerradas, pero intactas, a
la espera de que la actividad productiva vuelva a reactivarse? ¿Están las
tierras a la espera de las semillas vuelvan a caer en los surcos? ¿Están los
tractores en sus galpones, esperando que los pongan nuevamente en marcha, para
salir a roturar los campos? ¿Están las máquinas en las fábricas esperando que
lleguen nuevamente hombres y materias primas para ponerse nuevamente en
frenética actividad? ¿O acaso están las fábricas produciendo a un 30% o 40 % de
su capacidad instalada, pero están en actividad, con hombres adentro de ellas,
trabajando todos los días laborables del año? ¿Podrían esas fábricas pasar a
producir a un 60% o un 70% de su capacidad instalada si tuvieran los insumos,
las materias primasas, los hombres y los mercados como para llevar adelante una
actividad económica exitosa?
Desgraciadamente
es difícil responder afirmativamente a todos esos interrogantes. Es probable que un porcentaje importante de
las fábricas hayan tenido que cerrar. Y es altamente probable que la empresa
que tuvo que paralizar totalmente sus actividades no pueda reiniciar la
producción mediante una mera decisión voluntariosa - al mero toque del clarín -
o incluso ni siquiera ante la presencia de un nuevo flujo importante de divisas
para realizar las importaciones correspondientes de materias primas e insumos.
Las fábricas, maquinarias y equipos – e incluso las tierras - se deterioran por
la falta de uso. Hay un deterioro físico y una obsolescencia tecnológica. Hay
perdidas de mercados. Hay desmantelamiento y venta de maquinarias y equipos
para salvar lo que se pueda del capital inicial. También hay perdida del
capital humano, que dominaba la técnica y que tenía la experiencia como para
llevar adelante los procesos productivos.
Es una
visión muy idílica pensar que las fábricas, los hombres, las maquinas, los
equipos, todo está en condiciones de volver a ponerse en movimiento conjunto,
bajo las órdenes de gerentes emprendedores, para que todo vuelva a ser como
antes.
La triste
realidad es que ha habido, junto con la caída de la producción, una perdida
grande de la capacidad productiva, que no está suficientemente cuantificada.
Recuperar la pérdida de capacidad productiva, cuando ésta se ha perdido, es más
difícil que recuperar los niveles de producción cuando la capacidad productiva
se ha mantenido incólume. Para recuperar la capacidad productiva se requiere un
esfuerzo muy grande de inversión financiera, inversión física e inversión en
capital humano y se necesita tiempo. Por todo ello, se puede decir que el daño
que la política económica le ha hecho al país es mucho más grande que lo que se
mide por la vía del PIB y que la terapia de recuperación será mucho más dura y
más larga que lo que puede suponerse a partir de la mera recuperación de la
dotación de divisas con que cuente el país.
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