(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS
el día 2 de Febrero2018)
Se considera
dinero líquido a aquel consistente en billetes y monedas constantes y sonantes
emitidas por el órgano emisor de un país - generalmente, hoy en día, los banco
centrales - que tiene la cualidad de ser de libre circulación y que permite
cancelar todo tipo de deudas.
El dinero
electrónico es, hoy en día, el dinero que no tiene una existencia física, sino
que está constituido por asientos contables en la contabilidad de los bancos y
sobre los cuales se puede girar por la vía de tarjetas de débito u otros
mecanismos electrónicos que no necesitan en ningún momento la conversión a
dinero líquido. El crédito bancario, generado y movilizado por la vía de
tarjetas de crédito, es también un mecanismo electrónico para crear y
posteriormente movilizar dinero sin existencia física.
En
condiciones normales, el dinero líquido y el dinero electrónico se pueden
convertir fácilmente, y sin costos, el uno en el otro, lo cual conlleva a que
para todos los efectos prácticos se considere que uno es igual, en cuanto a
valor y utilidad, que el otro.
Pero en la
Venezuela actual se ha prácticamente eliminado la posibilidad de convertir el
uno en el otro cuando y donde quieran los poseedores de dichos activos. El que
tiene dinero en sus cuentas de ahorro o a la vista, no las puede convertir en
dinero líquido. No se puede ir a un banco y emitir un cheque que le permita al
titular de una cuenta sacar todo o parte de sus activos. Tampoco se puede sacar
de los cajeros automáticos la cantidad que uno necesite de dinero líquido por
la vía de debitar sus cuentas bancarias.
En la medida
en que no hay conversión o arbitraje fácil y fluido entre el dinero líquido y el
dinero electrónico, ambas manifestaciones del dinero, que antes se confundían
en el concepto de liquidez monetaria, han pasado, en la práctica, a ser dos
activos diferentes, con cualidades diferentes y con funciones de oferta y
demanda también diferentes. Por ello, se ha roto la relación de 1 a 1 que
siempre existió entre los valores de ambos activos.
Hoy en día
el dinero líquido se oferta en muy pequeñas dosis por parte de los bancos, solo
en taquilla, y nada por la vía de los cajeros automáticos. Su demanda, por otro
lado, está dada por operaciones de baja denominación; transacciones entre
personas más que entre empresas; o entre empresas y personas situadas ambas en
el campo de la informalidad; y, en general, por operaciones comerciales en las
cuales el vendedor carece de los famosos “puntos de venta”.
El dinero
electrónico se oferta por parte de los bancos a todos los clientes que están en
condicione de ser portadores de una tarjeta de crédito o de débito. Su demanda,
a su vez, está dada por todos los venezolanos que optan libremente por esa
forma de pago, más todos aquellos que careciendo de dinero líquido, tienen que
hacer sus compras en aquellos lugares o comercios que tienen puntos de venta.
Los billetes
-dado que las monedas han desaparecido en forma total y absoluta - y el dinero
electrónico han pasado a ser activos diferentes y altamente incomunicados entre
si en la economía venezolana actual. En esa medida, no es de extrañar que la
relación uno a uno se haya roto, y que el dinero líquido, siendo más escaso, y
teniendo una gran demanda, sea más caro, y que una unidad de dinero líquido
tenga un valor superior a 1 en unidades de dinero electrónico. Más aun, la
relación de valor entre dinero líquido y dinero electrónico queda sujeta a las
fluctuaciones de la oferta y la demanda de uno y otro activo. Esta es otra de
las cosas insólitas- e inédita en otras
partes del mundo - que se ha generado por obra y gracia de la actual política
económica.
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