(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MUNDO ECONOMÍA Y
NEGOCIOS el día 8 de febrero de 2018)
En el Foro Mundial
de Davos - donde se reúne la elite financiera y política del mundo actual - se
ha lanzado un nuevo índice de crecimiento, denominado Índice de Crecimiento Inclusivo,
que pretende medir una serie de aspectos de tipo cualitativo y cuantitativo que
no son medidos adecuadamente por el Índice de Crecimiento del Producto Interno
Bruto, PIB, que es el índice de crecimiento económico más universalmente utilizado
para medir y comparar el resultado de la actividad económica de los diferentes
países.
El malestar
con el PIB no es nuevo. Ya años atrás, en el seno del Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo, PNUD, se ideó lo que se llamó el Índice de Desarrollo
Humano, que también pretendía superar las limitaciones y deficiencias que acompañaban
al PIB. El Índice de Desarrollo Humano,
que sigue publicándose y analizándose anualmente, incluye medidas como la evolución
de la salud y de la educación, además de las medidas convencionales sobre ingreso,
todas la cuales se suman en forma ponderada para generar el índice final.
El Índice de
Crecimiento inclusivo incluye mediciones sobre las posibilidades de encontrar
empleo, la esperanza de vida, el ingreso medio de los hogares, la tasa de pobreza,
el peso de la deuda externa, e incluso sobre el grado en que se usa carbón en
el seno de la economía y de las familias. Todo ello, debidamente ponderado, conduce
al índice final.
El PIB parte
de una idea central que es la fuente de su fortaleza y de su debilidad: el crecimiento
de una economía se mide por la cantidad de bienes servicios que se producen en
un territorio determinado, la cual a su vez se mide por el valor que estos presentan
en el mercado. Hay algunos servicios - tales como los servicios gubernamentales,
que no se venden en el mercado, y que no tienen por lo tanto un precio de mercado
- que se valoran de acuerdo a ciertos procedimientos convencionales. Pero la idea
fuerza fundamental sigue siendo que tiene valor todo aquello que se puede comprar
y vender en los mercados. Este indicador, así concebido, no se mete a analizar
si el ingreso está bien o mal distribuido, o si la gente está contenta, o se
sirve o no lo producido para generar una vida sana y productiva.
Pero para
bien o para mal, el PIB tiene detrás de sí un cuerpo de teoría económica de
bastante peso, en la cual confluyen las corrientes de más relevancia en el
campo de la ciencia económica en los últimos 100 años: el pensamiento neoclásico,
por un lado, que aporta la concepción del valor, y la teoría keynesiana, por
otro, que aporta la relación entre las variables macroeconómicas fundamentales.
Aun siendo válidas las críticas que se le formulan a este indicador, los índices
alternativos carecen de un fundamento teórico tan sólido y se limitan a incorporar
aspectos cualitativos de la realidad social - que son necesarios de incorporar
o de analizar en todo análisis de la realidad nacional - pero que no logran tener
una base conceptual suficientemente buena.
En todo
caso, el recientemente estrenado Índice de Crecimiento Inclusivo está encabezado
por Noruega, y le siguen Islandia, Suiza y Dinamarca. Estados Unidos - icono
del mundo occidental – se ubica en el lugar 23, dentro de los países desarrollados,
en este índice elaborado por el Foro Económico Mundial. Entre los países en
desarrollo, Panamá es el primer país latinoamericano que tiene figuración en
este índice, ubicándose en el lugar 6 entre los países en desarrollo, seguido de
cerca, por Uruguay, en el lugar 8, y por Chile en el lugar 9. Se analizan un total
de 113 países, entre los cuales no figura Venezuela.
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