(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital
de EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 8 de Febrero de 2017)
Las exportaciones de México al conjunto de los países que
conforman la geografía económica mundial ascendieron, en el año 2015, a 380.600
millones de dólares. Es una cantidad sumamente grande, que coloca a México como
uno de los grandes exportadores mundiales. De esa cantidad, el 78 %
aproximadamente, es decir 297.499 millones de dólares, se dirigieron a Estados
Unidos. Se trata indudablemente de una gran dependencia de México con respecto
a un solo mercado comprador.
Si el empeoramiento de las relaciones económicas y políticas
entre Estados Unidos y México sigue su curso, es dable pensar que una parte
relevante de ese total exportado hacia Estados Unidos sufrirá una caída. Eso
puede ser la consecuencia de una elevación de los aranceles a las mercancías
mexicanas en su entrada al mercado estadounidense, o sencillamente de una
reducción de los volúmenes exportados como consecuencia del cierre de la
frontera a ciertos productos que pueden pasar a ser producidos en los propios
Estados Unidos y que serán objeto de la política de sustitución de
importaciones que lleva adelante el gobierno del Presidente Trump.
Si suponemos que las exportaciones mexicanas a Estados
Unidos se reducen en un 20 % a lo largo del año 2017, eso implicaría que se
dejan de vender en dicho país un total de aproximadamente 60 mil millones de
dólares. Esa es el valor de las mercancías que no podrían entrar al mercado
estadounidense.
Frente a esa situación México tiene que tratar de vender
esas mercancías en otros mercados internacionales, y/o sencillamente dejar de
producirlas, con la consiguiente reducción de la producción, del empleo y de
los ingresos fiscales. Vender en otros mercados es enteramente posible, pues se
trata de mercancías que ya han pasado las pruebas de calidad y precio como para
venderse en el mercado de Estados Unidos -que es mercado exigente – y pueden
ser ofertadas con posibilidades de éxito en otros mercados. Habrían
modificaciones de los precios por motivos de fletes y condiciones de
comercialización, pero podría suponerse que a mediano plazo el resto del mundo
podría llegar a asumir el vacío dejado por Estados Unidos y adquirir una parte
sustantiva de la producción exportable mexicana para la cual se cierre el
mercado de su vecino del norte. Quizás se tomen un año o más, pero al final el
mercado internacional es suficientemente grande como para absorber esa
producción que quedaría inicialmente sin demanda.
Por otro lado, Estados Unidos - si seguimos con el supuesto
que hemos establecido - dejaría de comprar 60 mil millones de dólares en
mercancías mexicanas. Esas mercancías no las compraba Estados Unidos por
caridad, sino porque eran necesarias para su producción interna o para abastecer sus mercados consumidores.
Ese volumen de mercancías que dejaría de llegar tiene que pasar a producirse
dentro del país – sustitución de importaciones – o ser comprado en otro país.
En uno u otro caso, estaríamos en presencia de un incremento de precios. Como
siempre sucede, los consumidores terminan pagando las consecuencias de las
malas decisiones económicas de sus gobernantes.
En última instancia todo puede ser producido dentro de Estados Unidos,
sin necesidad de importarlo, pero con precios superiores a los que imperan en
el comercio internacional.
Es altamente probable que México reduzca también – a través
de medidas arancelarias o pararancelarias – las importaciones que hoy en día
realiza desde Estados Unidos, que en el año 2015 ascendieron a 236.377 millones
de dólares, lo cual provocaría reducción de la producción en la estructura
productiva de ese país.
Las inversiones norteamericanas, sobre todo del área
automovilística, que han sido presionadas por el Presidente Trump para que
trasladen su actividad desde México a Estados Unidos, es posible que lo hagan,
pero producirán a precios más elevados, lo cual implicará que los consumidores
norteamericanos deberán adquirir autos más caros. También si esos carros
pretenden ser exportados hacia terceros países, tendrán que hacerlo a precios
más elevados, lo cual termina por beneficiar a la competencia internacional que
en ese campo es abundante y competitiva.
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