(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 1 de diciemgre de 2016)
Después del pintoresco episodio en que nuestro país se declaró presidente del Mercosur - sin contar con el beneplácito o el acuerdo de ninguno de los presididos - ahora viene otro capítulo igualmente simpático y pintoresco para los observadores internacionales, pero desgraciadamente tragicómico para quienes estamos en el medio del problema: los cuatro países fundadores han anunciado que Venezuela perderá próximamente el derecho a voto en el Mercosur, por no haber aprobado en su legislación interna las normas y acuerdos de dicha agrupación regional. Es decir, Venezuela no será expulsada, pero quedará pintada en la pared. Podrá decir lo que quiera, en las reuniones o en los pasillos, pero a la hora de decidir o de votar, se saltarán al representante de este país, como si no existiera. Y frente a esa situación, Venezuela ratifica que no se ira ni será expulsada, como si quedarse en esas condiciones fuera una gran cosota.
Pero más allá de lo pintoresco, folklórico y tropical que luce toda esta situación – sobre todo para los observadores internacionales de fuera del área- es propicia la ocasión para interrogarse sobre si le conviene o no a Venezuela permanecer en el Mercosur. Ya no tiene sentido interrogarse sobre si fue buena o mala la decisión de integrarse a ese bloque subregional. Ahora lo que queda es tomar en forma serena y bien meditada la decisión respecto a si vale la pena quedarse o no.
Un interrogante de ese tipo no puede resolverse a la luz de si las ofensas recibidas son posibles de olvidar o si todavía son heridas sangrantes. En el campo diplomático se puede olvidar cualquier cosa, siempre y cuando eso sea conveniente para el país que pase por olvidadizo. Salirse del Mercosur podría entenderse como un reconocimiento expreso de que entrar en ese bloque fue un error del comandante supremo, y eso no se puede hacer todavía. Pero si hubiera un nuevo gobierno - que no fuera un mero conservador de las tradiciones chavistas - que actuara en función de los mejores intereses del país, la respuesta sobre si permanecer o salirse del Mercosur seguiría siendo una decisión compleja.
Para meterse en ese tema, creo que hay que partir por decidir con que productos quiere Venezuela insertarse en los circuitos comerciales internacionales en los próximos 20 o 30 años. Si alguien se toma en serio la vieja aseveración de que el rentismo petrolero ya no da para más, entonces hay que generar una nueva fuente de divisas, porque sin divisas no se puede ser exitoso en el mundo contemporáneo. Y para obtener divisas, hay que exportar. No parece ser una buena respuesta decir que en materia de exportaciones se actuará con el criterio de que “como se vaya dando vamos viendo”. Esa es la respuesta de los más recalcitrantes neoliberales, que dejan que el mercado lo decida todo. Los gobiernos y países serios deben priorizar o jerarquizar aquellos productos, sectores o cadenas de valor que tienen potencialidad exportadora y poner en ellos todo el peso de la acción promotora, inversora e innovadora del Estado. Más aun, hay que convertir en política de estado el apoyo sistemático y sostenido a aquellos productos que se asume que constituirán por las próximas décadas la carta de presentación del país en los mercados extranjeros.
En segundo lugar, si se han tomado decisiones sobre los productos prioritarios, hay que ver hacia qué países se pueden exportar esos productos. O en otras palabras, que mercados se quieren penetrar con esos productos en los cuales se supone que Venezuela incrementará su capacidad competitiva. Es obvio que no todos los países figuraran como países meta en lo que respecta a esa capacidad de convertirse en buenos socios comerciales de Venezuela. En esos países, elegidos con una perspectiva estratégica, es posible y necesario concentrar los esfuerzos diplomáticos, comerciales y negociadores del país.
Si se tomaran decisiones de ese tipo, y más aún, decisiones que sean verdaderamente políticas de estado, sería posible analizar en base a ellas si conviene o no permanecer en el Mercosur. En otras palabras, ver si el mercado de esos cuatro países constituye un mercado potencial para los productos con que Venezuela aspira insertarse en los circuitos comerciales internacionales en los próximos decenios. Hasta la fecha, ninguno de los cuatro países fundadores del Mercosur se ha constituido como un mercado de importancia para los productos no petroleros que forman parte hoy en día la oferta exportable de Venezuela. También es cierto que Venezuela ha carecido de decisiones y de políticas en el campo de la promoción de exportaciones, y no es fácil alcanzar ciertas metas cuando nadie se las ha propuesto. Con un gobierno que planifique su accionar a mediano y a largo plazo las cosas podrían ser distintas, tanto en relación al Mercosur como al resto de la comunidad latinoamericana. En síntesis, aun cuando parezca obvio y redundante, lo primero es tener metas y objetivos claros, respecto a productos y a países, y hacer de ellos el centro de la política comercial del país. Con ese instrumental en la mano se puede hacer ahora lo que no se hizo cuando se decidió de un día para otro ingresar al Mercosur, es decir, analizar como país las ventajas y desventajas que nos ofrece ese bloque subregional.
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