(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 7 de mayo del
2014.)
El sector
agropecuario y agroindustrial de cualquier país puede contribuir a la
alimentación de sus compatriotas por dos vías complementarias: o produce los
alimentos o los insumos alimenticios que el mercado interno reclama, o produce
los agrodólares como para adquirir con ellos, en el exterior, los alimentos que
el país no puede producir internamente.
Desde luego
no hay ningún país, en el mundo contemporáneo, que se autoabastezca totalmente de todo los alimentos que consume
habitualmente. Eso - aun en el caso de que fuera técnicamente posible - no es
económicamente recomendable, pues hace ya varios cientos de años que el mundo
descubrió las bondades de la especialización
y de la división del trabajo. Es bueno producir en grandes cantidades -
más allá de las propias necesidades – todo aquello para lo cual la naturaleza o
nuestra propia capacidad científico técnica nos ha preparado mejor, vender aquello,
total o parcialmente, en el mercado internacional, y con esos agrodólares
comprar aquello que se no se produce en nuestro territorio o se produce con
rendimientos muy modestos.
Lo
importante en ese ciclo es que los agrodólares que se obtienen por concepto de
las agroexportaciones sean suficientes como para adquirir, por la vía de las
agroimportaciones, todos aquellos bienes que necesitamos comprar en el
exterior. Si eso sucediera, podríamos decir que ese sector agrícola genera seguridad alimentaria, pues genera las
condiciones como para producir o comprar la cantidad de alimentos que el país
necesita. Si el sector agrícola genera dólares más que suficientes como para
pagar las agroimportaciones y deja un remanente de dólares como para financiar
las necesidades del sector manufacturero o del sector servicios, tanto mejor.
En la
América del Sur, casi todos los países que la componen tienen exportaciones
agrícolas – considerando en ese concepto tanto las directamente agropecuarias
como las agroindustriales- que son superiores a las importaciones de alimentos
y productos agroindustriales que el país necesita realizar en forma habitual.
En otras palabras, casi todos los países tienen una balanza comercial agrícola
positiva. Casi todos los países, pero no todos. Venezuela es la excepción a esa regla.
Según datos
de Aladi, correspondientes a 2012, Argentina, Brasil y Chile son los países que
tienen la balanza agrícola más positiva y elevada en toda la región. Sus
exportaciones de los primeros 24 capítulos del arancel de aduanas – que es lo
que tradicionalmente se considera sector agrícola en su sentido más amplio –, son
de 42 mil millones de dólares, 80 mil millones de dólares y 16 mil millones de
dólares, respectivamente. Sus importaciones de esos mismos rubros – los primeros
24 capítulos del arancel- suman 2 mil millones de dólares, 12 mil millones de
dólares y 6 mil millones de dólares, respectivamente. Eso deja un saldo positivo para Argentina de
aproximadamente 40 mil millones de dólares, para Brasil de 68 mil millones de
dólares y para Chile de 10 mil millones de dólares. Aportes netos positivos y
bastante elevados de la agricultura al resto de la economía nacional.
Ecuador
tiene un saldo positivo cercano a los 5 mil millones de dólares, Uruguay supera
en ese campo los 4 mil 500 millones de dólares
y Perú tiene una balanza favorable de aproximadamente 3 mil millones de
dólares. Bolivia y Colombia tienen los saldos favorables más pequeños, pero
favorables en todo caso: casi mil millones de dólares en el primer caso, y 500
millones de dólares en el segundo.
Venezuela, aun
cuando no tiene consignadas en Aladi las cifras del 2012, presenta en el 2011,
un déficit superior a los 5.350 millones de dólares. No exporta casi nada en
materia de bienes agropecuarios o agroindustriales. Escasamente 50 millones de
dólares en el año mencionado, contra importaciones por el orden de los 5.400
millones de dólares. Una diferencia tan brutal con respecto a lo que sucede en
el resto de la América del Sur no puede atribuirse a clima o geografía radicalmente
diferente. La causa fundamental es una mala política económica agropecuaria y
una mala política de comercio exterior. La buena noticia es que, precisamente porque
no es la naturaleza la que se opone a nuestros designios, esta situación es superable.
sergio-arancibia.blogspot.com
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