(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 11 de
septiembre de 2017)
El día 11 de
septiembre se conmemoran 43 años de la muerte en el Palacio de la Moneda, en
Santiago de Chile, de Salvador Allende, en ese entonces Presidente de la República,
como consecuencia del asalto perpetrado por los militares en contra de la democracia
chilena.
Con el paso
del tiempo la figura de Salvador Allende perdura - e incluso se acrecienta- en la memoria de los chilenos, de los latinoamericanos
y de toda la humanidad contemporánea, por muchas razones y elementos que caracterizaron
su pensamiento y su accionar. Pero hay dos aspectos que queremos resaltar en el
presente artículo.
Por un lado,
la idea de conciliar o compatibilizar, en un solo programa político, las nobles
y generosas ideas del socialismo - con toda su carga libertaria y humanista representada
en la famosa trilogía de libertad, igualdad y fraternidad - con las ideas y las instituciones propias de la
democracia, que venían desarrollándose desde siglos pasados y que constituían
ya en ese entonces - y constituyen más aun en el presente - un patrimonio de la
humanidad.
El socialismo
era identificado en alta medida en el siglo XX con el tipo de sociedad que se construía
en la Unión Soviética, donde las libertades políticas y civiles estaban en alta
medida postergadas o sacrificadas en aras de priorizar las ideas de igualdad y
de fraternidad. Las libertades y los derechos humanos – tal como ellos fueron
magistralmente reseñados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de
Naciones Unidas- libertad de pensamiento y de expresión, libertad de asociación,
libertad de movimiento, libertad para elegir y ser elegidos, etc., - no constituían
principios irrenunciables sobre los cuales se levantaba ese tipo de sociedad.
Salvador Allende,
no por conveniencia política de ocasión, sino como expresión de ideas conformadas
a lo largo de toda su vida política, creía firmemente en que era posible construir
una sociedad más libre, igualitaria y fraternal sin sacrificar las instituciones
democráticas que Chile había venido construyendo y desarrollando a lo largo de
su historia. Esa idea era la columna vertebral de su programa político y tras
esa idea logró nuclear y poner a soñar a lo más bello y más noble del alma
nacional.
El otro
aspecto de la vida de Salvador Allende, que levanta su figura a lo largo de las
décadas y los siglos, fue la forma tranquila y serena con que enfrentó la muerte.
Su ideario democrático, pacífico y constitucional y las responsabilidades que
el pueblo le había entregado, no podían ser negadas ni avasalladas por la mera
expresión de la fuerza bruta. Enfrentado a una coyuntura histórica terrible, prefirió
la muerte antes que traicionar una sola línea de lo que sus ideas representaban
para Chile y para el mundo. Se convirtió así, en un ejemplo grandioso de
consecuencia, que los chilenos y los latinoamericanos, de ayer y de hoy,
rescatamos y respetamos.
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