(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 8 de Noviembre de 2013.)
El último
invento de este Gobierno en materia de política cambiaria es el dólar-turista.
En pocas palabras, se trata de autorizar a los turistas extranjeros a que
cambien una determinada cantidad de dólares a un precio un poco más elevado que
el tipo de cambio oficial actual, y en una cantidad mayor de puntos de venta
disponibles en lugares de fácil acceso por parte del visitante internacional,
como aeropuertos y hoteles.
Se trata,
sin lugar a dudas, de una medida bastante desesperada para poder captar los
pocos dólares que traen los turistas y que actualmente terminan quedando en
manos de cambistas particulares. Con esta medida, es dable esperar, por lo
menos, que los turistas cambien en el
aeropuerto lo necesario para el taxi - sin temor a ser apresados por estar
violando la ley - hasta que no se pongan en contacto con sus amigos o
compañeros de trabajo. No será mucho, por lo tanto, lo que recaudará por esta
vía. No hay que hacerse muchas ilusiones. Además, la cantidad de turistas de
verdad-verdad que llegan a Venezuela son cada vez menos, aun cuando las cifras
estén aumentadas por el turismo político, compuesto por ciudadanos muy
desconocidos en sus países de origen que viajan invitados por Venezuela a todo
tipo de eventos, seminarios y celebraciones. Esos no solo no dejan nada, sino
que salen bastante caros. Son parte de los costos que hay que pagar por mantener
buenas relaciones públicas.
Una cosa que
no se entiende, en todo caso, es la cuota que le han puesto a cada turista, que
se supone es de 10 mil dólares. Si este quiere gastar durante su estadía una
cantidad mayor, no puede hacer el cambio correspondiente en las oficinas de
cambio que le ofrecerá el Estado venezolano, sino que tiene que entenderse con
los cambistas particulares, o tiene que limitar sus ansias consumistas, pues
puede generar una mala imagen en el público local.
Estas medidas
no significarán nada muy importante en términos de mayores dólares para las escuálidas arcas del Banco
Central, ni atraerán más turistas a las costas de Venezuela. El turismo no consiste
en vender naturaleza, sino en vender servicios para que el turista pueda disfrutar
de la naturaleza. Y vender servicios exige infraestructura hotelera; seguridad
personal; buena locomoción; carreteras transitables; aviones con horarios que
se respeten; tipo de cambio conveniente y competitivo con las múltiples ofertas
que existen del mismo servicio en el Caribe y en el mundo; agua potable; playas
no contaminadas; luz eléctrica las 24 horas del día; acceso a los bienes esenciales;
trato amable en los aeropuertos, etc.
Y aun cuando
logren recaudar unos cuantos dólares más - ya sea por mayor cantidad de
turistas, o por mayores operaciones de cambio de dólares de los mismos - eso no
significará nada en términos de los problemas actuales de Venezuela en materia de
disponibilidad de dólares y de financiamiento de su comercio exterior. Se
trata, en última instancia de medidas puramente efectistas. Los problemas de fondo
en materia de comercio exterior dicen relación con el deterioro y falta de productividad
de la industria petrolera, con la ausencia de una política de promoción de las
exportaciones no petroleras, con el nivel elevadísimo de la tasa riesgo país y,
por lo tanto, del elevado costo del endeudamiento externo, con la subvención
estatal al turismo externo, con la fuga astronómica de capitales, con la ineficiencia
estatal en los procesos de compra y procura internacional, y con la corrupción
en la compra de bienes y servicios en el exterior. Nada de eso parece estar en
vías de solución.
sergio-arancibia.blogspot.com
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