(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 14 de Octubre
de 2014.)
Según las últimas
proyecciones de la economía latinoamericana, realizadas por el Fondo Monetario
Internacional, FMI, Bolivia sería el país de toda la América del Sur que más
crecería durante el año en curso – presentando una tasa de crecimiento del PIB
de 5.2 % - seguido de Colombia, que crecería en un 4.8 %. Se trata,
curiosamente, de dos países de distinto tamaño y de distintas orientaciones en
muchos aspectos de sus políticas internas
y externas. El primero de ellos, Bolivia, pertenece al Alba y tiene fuertes vínculos
comerciales y políticos con el Mercosur, aun cuando no una incorporación de
pleno derecho a ese bloque subregional, y mira con mucho recelo los vínculos
muy intensos con las corrientes más dinámicas del comercio internacional. El
otro, Colombia, es un país crecientemente abierto hacia las corrientes del
comercio internacional contemporáneo. Pertenece a la Alianza del Pacífico y
tiene sendos tratados de libre comercio con Estados Unidos y con la Unión Europea. Ambos países, sin embargo, pertenecen a la alicaída Comunidad Andina de Naciones.
Ambos países mantienen, además, esa situación tan mencionada en la literatura y
en el discurso político, pero tan poco comprendida, que se denomina estabilidad
macroeconómica.
El crecimiento
de Bolivia no es una cosa reciente sino que es una situación que se arrastra ya
durante más de 10 años. No solo crece, sino que lo hace a tasas más elevadas
que el promedio de la América del Sur. Las exportaciones han pasado de 2.800
millones de dólares en el año 2006, a
6.400 millones en el año 2010, y a 12.500 millones de dólares en el 2013. Gruesa
parte de ese crecimiento de las exportaciones corresponde a hidrocarburos,
fundamentalmente gas, que tiene como mercado tanto a Brasil como a Argentina,
es decir, a los dos socios grandes del
Mercosur. Los ingreso provenientes de las exportaciones de hidrocarburos no se
han gastado ni se han farriado alegremente - como ha sucedido en otros países
de la región- sino que han alimentado un mayor gasto social, que se ha traducido en
reducciones sustantivas de los niveles de extrema pobreza. Los gastos, sin embargo, no han sobrepasado el nivel de los ingresos,
ni se ha generado incremento alguno del endeudamiento externo. Todo ello ha permitido la existencia de
un nivel elevado de reservas
internacionales y el funcionamiento de un mercado cambiario con
grandes manifestaciones de estabilidad.
Colombia, a
su vez, es también un país que hace de los hidrocarburos su principal producto
de exportación, con niveles de producción
que bordean ya el millón de barriles diarios.
Bolivia y Colombia muestran con bastante claridad, por lo tanto, que los
hidrocarburos no son una maldición para ningún país, sino que una bendición o
un regalo de los dioses, siempre y cuando se
administre con sensatez. Para Colombia también las exportaciones totales
han crecido en forma sostenida durante el siglo XXI – aun cuando no tan
aceleradamente como en Bolivia - pasado de
40 mil millones de dólares en el año 2010, a 59
mil millones de dólares en el año 2013. Igualmente, en este país se
presenta una baja tasa de inflación, como consecuencia de un manejo fiscal y
monetaria responsable, y un mercado cambiario que presenta altos niveles de
estabilidad, aun cuando en este caso con tendencias a la revaluación de la
moneda nacional, con el consiguiente efecto negativo sobre las exportaciones.
Aun cuando
2014 se presenta internacionalmente como
un período de baja en los precios de las materias primas, y regionalmente se proyecta como un
año en que se relentizará el crecimiento que América Latina venía exhibiendo en
los años anteriores, todos los países de la América del Sur - con la sola excepción
de Venezuela y de Argentina - presentarán este año tasas positivas de crecimiento.
La tasa promedio de crecimiento del PIB que el FMI pronostica para la región en
el 2014 es de 1.3 %. Es obvio que siendo ese un promedio ponderado, y no un
mero promedio simple, está altamente influenciado por las tasas modestas de
Brasil ( 0.3 %) y las tasas negativas de Argentina (-1.7) y de Venezuela(-3.0).
Pero las cifras parecen mostrar que el crecimiento económico es enteramente
compatible con la pertenencia al Alba o a la Alianza del Pacífico. En otras
palabras, las diferencias en cuanto
crecimiento económico no parecen obedecer - por lo menos en el presente
latinoamericano - a diferentes concepciones ideológicas, sino al respeto pragmático
que se tenga a las más elementales normas del manejo fiscal, monetario y
cambiario. Ser un país petrolero,
abierto a la economía internacional, como Colombia, no implica ni remotamente
un manejo económico alegre e irresponsable, que eleve el gasto y el déficit
fiscal hasta niveles que incrementen la inflación y pongan en cuestión la posibilidad
misma del crecimiento económico. Ser un país gasífero, como Bolivia, con una
conveniente y remunerativa amistad con Venezuela y tener un discurso antiimperialista,
sobre todo en foros internacionales, no implica necesariamente que tengan que
seguir la misma política económica que ha seguido Venezuela. Pareciera ser que
por convicción o por pragmatismo, todos los países de la región o de fuera de
ella llegan tarde o temprano a aceptar la idea de que los llamados equilibrios
macroeconómicos son una condición necesaria, aun cuando no suficiente, para cerrar
los desequilibrios sociales que caracterizan a su países.
sergio-arancibia.blogspot.com