(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 7 de Agosto de 2014.)
Durante
siglos ha imperado en el terreno filosófico la idea de que la desigualdad es
una calamidad impuesta por los dioses a la sociedad humana, de la cual no nos
podremos librar jamás, aun cuando hagamos algunos esfuerzos - siempre con
resultados muy modestos - para limar sus manifestaciones más aberrantes. Se trata de la hipótesis más
conformista y conservadora sobre esta materia.
Sin embargo,
desde la revolución industrial, al menos, han surgido voces que postulan que la
economía capitalista empuja a las sociedades hacia estadios de creciente bienestar.
Los procesos de inversión productiva, de
producción creciente de bienes y servicios, la mayor productividad del trabajo
humano y el empuje ininterrumpido de la ciencia y de la técnica, eran no solo
los mecanismos a través de los cuales la sociedad podía llegar a eliminar la
pobreza y la desigualdad, sino que eran el destino inevitable hacia el cual
caminaba la humanidad. Después de la segunda guerra mundial esa visión
optimista se apropió del concepto de desarrollo económico, el cual debía ser la
senda, la meta y la aspiración de todas las sociedades contemporáneas, y el
estadio en el cual se superarían todos los males de las épocas anteriores.
Pero en
medio de esta fiesta de optimismo, en el siglo XIX, surgió la voz heterodoxa de
Carlos Marx que postuló que la sociedad capitalista no se encaminaba hacia
estadios de menor desigualdad y de menor pobreza, sino todo lo contrario. Los procesos
de concentración y de centralización del capital, junto con el proceso igualmente
intrínseco al capitalismo de permanente innovación tecnológica - identificada
por Marx como la modificación de la composición orgánica del capital - llevaban
a intensificar los procesos de desigualdad en cuanto a percepción de ingresos.
Los pobres se hacían más pobres y los ricos más ricos. Se generaba y se reeditaba
cíclicamente el proceso de pauperización del proletariado, aun cuando entre los
propios marxistas siempre estuvo presente el debate sobre si Marx se refería a
una pauperización absoluta – es decir cada vez menos acceso a bienes y servicios
– o a una pauperización relativa – una captación menor del valor generado en la
sociedad, independientemente de las mercancías en que ello se plasmara. De cualquier forma, la pobreza y la desigualdad
acompañarían al sistema capitalista durante toda su existencia, aun cuando con
fases o ciclos de mayor o de menor intensidad, y la única forma de eliminar
esos flagelos era cambiar de raíz el sistema capitalista mismo.
Hoy en día
la polémica asume otras formas: hay quienes se limitan a seguir postulando que
la pobreza y la desigualdad se suprimirán cuando se alcancen fases más elevadas
de desarrollo económico. Otros, en cambio postulan que la lucha contra la pobreza
y la desigualdad - además de ser
banderas que se justifican a si mismas desde un punto de la moral y de la
justicia social – son objetivos que se conjugan armónicamente con la lucha por
mayores estadios de desarrollo económico. En otras palabras, que la disminución
de la pobreza y de la desigualdad ayuda a alcanzar mayores tasas de crecimiento
económico y genera un círculo virtuoso en el cual el crecimiento ayuda a eliminar
la pobreza y la eliminación de la pobreza
ayuda a alcanzar mayores niveles y tasas de crecimiento económico. Podría
decirse que la pobreza y la desigualdad son la expresión de capital humano que
se pierde en el seno de la sociedad, pues hay un potencial de producción, productividad, creatividad y emprendimiento que no logra
desarrollarse. Trabajadores sanos, educados, con acceso a vivienda digna, a la
recreación y al descanso, y con una adecuada seguridad social no son el
resultado del largo proceso de desarrollo económico, sino la situación necesaria
como para alcanzar esos estadios superiores
de la sociedad.
De allí
entonces que, en los tiempos actuales, las derechas económicas y políticas no
se limitan a propiciar el desarrollo
económico como receta para todos los males habidos y por haber, ni las
izquierdas se limitan a propiciar el cambio del sistema capitalista, para
alcanzar el mismo objetivo, sino que las primeras y la segundas compiten frente a la ciudadanía
- entre otros muchos temas y propuestas-
respecto a la eficacia y la profundidad de las
políticas sociales que cada una propicia.
sergio-arancibia.blogspot.com
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