(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 29 de Abril de 2014.)
LA
TERMINOLOGÍA DE GUERRA
La terminología
que ha sido concebida para ser utilizada por y para el mundo militar se suele
usar en el mundo civil en forma metafórica, sin otra intención, la mayoría de
las veces, que utilizar las múltiples opciones que ofrece la riqueza del lenguaje
español. Así entonces se suele hablar,
por ejemplo, de guerra como un sinónimo más
de la palabra conflicto, lo cual es una categoría que está presente en todos
los ámbitos de la vida, incluso en el ámbito conyugal, sin que por esta palabra
se entienda que una de las partes quiere destruir o aniquilar a la otra.
Pero en
otras ocasiones se utiliza el lenguaje militar con el objetivo expreso de hacerse
entender por los militares, dándoles a conocer una idea que se supone será
entendida y aceptada mejor si se expresa
con las palabras o los conceptos que le son más comunes en su profesión o en su
formación. Creo que en ese contexto es
que hay que entender la reiterada mención, en los altos círculos gobernantes,
del concepto de “guerra económica”.
Si se está
en guerra hay que comportarse como en la guerra. Hay que ser implacables y decididos
en la noble y patriótica tarea de vencer al enemigo y de aniquilar su deseo y
su capacidad de lucha. Para vencer en la
guerra hay que no solo vencer en las principales batallas, sino que hay que
tener una estrategia que presida el desarrollo del conjunto de las operaciones
militares. Esa estrategia obliga a analizar las
fuerzas de combate con que cuenta el enemigo así como las condiciones de tiempo y terreno en
que puede desplegarlas. Si la estrategia descansa en informaciones o en juicios
erróneos sobre esos importantes asuntos, lo más probable es que se pierdan las
batallas y la guerra en su conjunto.
Es también
evidente que a la guerra económica hay que enfrentarla con una economía de
guerra, en que todos los factores productivos y todas las demandas laborales y
toda la fuerza moral de la sociedad se pongan en función de ganar la guerra.
Esos parecen
ser los objetivos, expresos o implícitos, que se tienen en mente cuando se
caracteriza la actual situación como una
guerra económica. Pero, curiosamente, ésta ha discurrido por extraños
derroteros. En la actual guerra económica en la que dice estar inserto el
actual Gobierno, se supone que el principal enemigos es Estados Unidos. Pero
como pelear con un enemigo de esa envergadura es demasiado complicado, más vale
pelear con Panamá, que se supone es su aliado, pero que es mucho más pequeño. Se
trataría de una guerra más manejable. Al enemigo verdadero se le envía un
embajador, que no es aceptado como tal, hasta el día de hoy, y un interlocutor
de alto nivel, al cual no se le ha dado todavía la posibilidad de interlocutar
en ese campo. Mientas tanto, con ese enemigo en guerra, a pesar de que la
guerra es económica, se mantienen las
mejores relaciones comerciales y financieras posibles.
Los otros
enemigos - o aliados del enemigo - son los empresarios nacionales, los cuales participan en la guerra negándose a
importar, a producir y comercializar, e incluso inventando y participando en
ese peculiar campo de batalla que es el mercado negro. A esos enemigos hay que
castigarlos negándoles el acceso a las divisas o vendiéndosela bien caras, y
obligándolos a vender a precios justos. Con esa estrategia de guerra se logra
un objetivo adicional: se queda el país sin producción y los mercados sin abastecimiento,
y los precios suben en forma acelerada. Un autentico tiro en el pie por parte de los
estrategas de esta guerra. De paso, el mercado negro se combate cambiándole el
color, y convirtiéndolo en un mercado blanco, del cual se puede hablar y cuyas
cotizaciones se pueden publicar.
Los otros
enemigos en esta guerra son los propios consumidores, los cuales llevan adelante
sus batallas contra el gobierno en cada abasto o supermercado, comprando tanto
como puedan, más allá de las necesidades de las próximas 24 horas. Frente a
esas tácticas guerrilleras, el gobierno responde con la tarjeta de abastecimiento,
mediante la cual cada persona solo podrá comprar una cantidad que los burócratas
de turno consideren justa y necesaria para sus necesidades semanales o mensuales.
Esta guerra
económica es una guerra de opereta, con perdón de las operetas Se trata más
bien de una guerra unilateral declarada contra los empresarios y consumidores
venezolanos por parte de quienes detentan el más absoluto poder en el campo
ejecutivo, legislativo y judicial, pero
que saben que necesitan, como condición de sobrevivencia, la simpatía o el
apoyo militar. Los que participan en ella en forma protagónica puede que ganen
algunas de las batallas que en ella se plantean, pero terminarán inexorablemente
perdiendo la guerra, pues se trata una guerra mal planteada y mal dirigida.
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